LA SOMBRA
Dedicamos gran parte de nuestra vida a definir quiénes
somos en relación con el mundo y con las demás personas. Durante la infancia
consideramos que lo más importante es sentirnos seguros, amados y protegidos
por nuestros padres, familiares y amigos. Al llegar a la adolescencia, vemos el
mundo como algo desconocido y misterioso, que nos produce un sentimiento
contradictorio de miedo y de curiosidad. Intentamos separarnos de nuestros
padres, asumiendo ciertos riesgos, y en el proceso de descubrir quiénes somos
vamos creando nuevas relaciones sociales y formas diferentes de ver el mundo.
Puede que nos equivoquemos en más de una ocasión, o en muchas, incluso que
atravesemos situaciones peligrosas y/o dolorosas, pero, poco a poco, vamos
ganando confianza en nosotros mismos, nos sentimos seguros de quiénes somos y
tenemos claro hacia dónde nos dirigimos.
Cuando, por fin, tras mucho empeño y con grandes dosis
de esfuerzo, hemos logrado todo aquello que habíamos deseado, embelesados por
el éxito -profesional, familiar, social, etc.-, las cosas se empiezan a torcer,
y tenemos la impresión de que todo conspira para que, justo aquellas metas que
nos habíamos propuesto y que considerábamos de la mayor importancia para
nuestra vida, se nos escapen sin remedio.
Es entonces cuando el lado oscuro de nuestra
personalidad hace acto de presencia. La Sombra está constituida, por tanto, por
todo aquello que hemos rechazado, reprimido o suprimido para adaptarnos a las
expectativas de las personas que han tenido un papel determinante en nuestro
desarrollo. Los contenidos rechazados por nuestra consciencia suelen ser
aquellos que no están bien vistos por la sociedad en la que vivimos: pensamientos,
sentimientos, ideas, aptitudes, percepciones, emociones u ocurrencias que
pueden ser mal acogidas en nuestro entorno inmediato (Monbourquette, 1999).
La Sombra nos enfrenta a un auténtico conflicto. Nos
confronta a un adversario que, las más de las veces, se nos aparece como entidad
externa. Quizás adopte la forma de un padre oponente, un hermano desquiciado, un
agente tributario, un cliente, un contrincante, un profesor autoritario, un
compañero de trabajo, o, tal vez, se nos presente como una situación
inesperada, cual un rapto inconcebible, una pérdida de trabajo, una ruptura de
pareja o un hecho "imposible". Sea como fuere, ese otro que nos
confronta a las mayores de las penalidades es nuestro hermano gemelo. Toda
tentativa de controlar y expulsar nuestra sombra está abocada al fracaso, pues
hará que ésta se muestre de mil y una forma distintas, cada vez más renovada y
con un exultante y revitalizado vigor. Los intentos por mantener la sombra o lado
oscuro en las tinieblas del psiquismo terminan por escindir nuestra
personalidad en dos.
El principal error que se comete, cuando uno entra en
contacto con su sombra, es el pretender su inexistencia, y tratar de escapar a
la tensión que genera su admisión.
Sostener la tensión de opuestos y mantenerse firme en
ella, cual Sansón bajo los pilares del templo, es un acto difícil de soportar.
Dado que la solución a esta oposición no puede alcanzarse por una vía racional,
sino, más bien, a través de una entidad superior, que engloba a ambos opuestos
y realiza una síntesis a-racional, no es de extrañar que, en los momentos de
máxima tensión, lo inconsciente genere una imagen circular, que en oriente se
denomina mandala. Tanto en sueños, cuanto en expresiones artísticas o en manifestaciones
de toda índole, aparece esta figura. O la unión de opuestos en la forma de una
hierogamia divina o boda mística. Esto significa que, tras la confrontación con
nuestra sombra, la personalidad se amplía y adquirimos una nueva identidad que
no coincide ni con la persona que una vez creímos ser, ni con los aspectos y
contenidos de la sombra. La nueva identidad se compondrá de una fusión de
nuestro previo autoconcepto y de aquellas cualidades de la sombra que antes
permanecían ocultas, desconocidas e irrealizadas pero que nos hacen falta para
el desarrollo pleno de nuestra personalidad.
La sombra es la inevitable oposición que conlleva,
implícita, toda génesis de un centro de luz al que denominamos yo. El
desarrollo de una conciencia del yo o autoconsciencia, desde la originaria
identificación objeto-sujeto, que tiene lugar durante los primeros años de
existencia del infante, hasta la conciencia de un yo separado, autónomo e
independiente del resto de objetos (personas, situaciones,
circunstancias, etc.), sucede a través de las
delimitaciones, así como de las limitaciones impuestas por el entorno.
Si la persona en la que nos hemos
convertido se desvía demasiado de nuestro ser esencial
o nuclear, del Sí-mismo o personalidad total, aparece entonces una figura
compensatoria en lo inconsciente, a la que Jung (1999) denominó sombra. Toda
vida no vivida, nuestras pautas de conducta reprimidas, negadas, juzgadas
impropias y sojuzgadas se congregan en torno a un núcleo arquetípico. Todo lo
que consideremos como que no nos pertenece se acumula alrededor de ese centro.
Esta figura aparece en sueños durante los procesos de
análisis, normalmente como ente del mismo sexo que el soñador. Sin embargo, las
tempranas figuras de la sombra están poco definidas y con frecuencia adoptan
formas no humanas. Pues cuanto más alejado de la conciencia esté el complejo o
núcleo afectivo y los contenidos que giran en torno suyo, tanto más inusual,
grotesco, poderoso, endemoniado, posesivo y numinoso es su símbolo.
Libro.- “Cómo integrar tu Sombra”
Autor.- José Antonio Delgado González
No hay comentarios.:
Publicar un comentario