martes, 12 de abril de 2016

LOS CUATRO TIEMPOS DE LA RESPIRACIÓN








FUENTE: Libro.- “Deseo Esencial”;  Autor.- Javier Melloni

Atendiendo más profundamente a este flujo y reflujo del aire en nuestro organismo, se descubre que se pueden difractar en cuatro tiempos: Inhalación, Retención, Exhalación y mantenerse en el Vacío.

El primer tiempo responde a la necesidad que tenemos de tomar aire para recibir el oxígeno que necesitamos aproximadamente cada cuatro segundos. Ello nos dispone para acoger y nos ejercita en la actitud de recibir.

Aprendemos que no se trata ni de arrebatar el don que se nos da ni de rechazarlo. En el modo de inspirar se desvela nuestra apertura a las diversas cosas, personas y situaciones que se nos presentan. Indica nuestro modo de situarnos con disponibilidad ante la realidad. Es también un retorno a uno mismo, el camino de vuelta a casa. Observando cómo el aire entra en nosotros, se van abriendo estancias que, de otro modo, permanecen ocultas a nuestra consciencia.

Retener la inhalación corresponde al tiempo de colmarse y gozar de esa plenitud. Se trata de aprender a gustar y sentir interiormente el aire tomado, dándole tiempo a que se distribuya por todo el cuerpo, sintiendo los pulmones llenos. Supone la capacidad de interiorización y de saber permanecer en ese estado de recogimiento en contacto con el propio mundo de adentro.

La exhalación se corresponde con el momento de dar y de abandonarse. En las prácticas de meditación se enseña a prolongar el tiempo de la expiración; en una respiración correcta debería durar el doble de tiempo que la inspiración. Es el adiestramiento de la entrega, de la donación de sí. Si no nos desprendemos de lo que hemos recibido, nos intoxicamos. Se trata de tomar consciencia de que hay un tiempo para tomar y otro para soltar, un tiempo para prender y otro para dejar ir, entregándose uno mismo en este exhalar.

El cuarto tiempo apenas es perceptible en la respiración ordinaria. Cuando la exhalación es profunda, el soltar y el abandonarse se prolongan hasta el final, hasta el extremo, de modo que se llegue a permanecer unos instantes o varios segundos -según sea la práctica- en el vacío.

Esta vacuidad permite experimentar que el Ser Humano puede sostenerse en la nada sosegadamente, sin inquietarse, a la vez que nos hace conscientes de nuestra necesidad de recibir, lo cual es escuela para la humildad del ego.






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