PARÁBOLA
DEL PRISIONERO DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
En
un campo de concentración vivía un prisionero que, pese a estar sentenciado a
muerte, estaba alegre.
Un
día apareció en la explanada tocando su guitarra, y una gran multitud se
arremolinó en torno a él para escuchar porque, bajo el hechizo de la música,
los que le oían se veían, como él, libres de miedo. Cuando las autoridades de
la prisión lo vieron, le prohibieron volver a tocar. Pero al día siguiente allí
estaba de nuevo, cantando y tocando su guitarra, rodeado de una multitud.
Los
guardianes le cortaron los dedos, pero él, una vez más, se puso a cantar su
música con las manos cortadas.
Esta
vez la gente aplaudía entusiasmada. Los guardianes volvieron a llevárselo a
rastras y destrozaron su guitarra.
Sin
embargo, al otro día, de nuevo estaba cantando con toda su alma. ¡Y qué forma
tan pura y tan inspirada de cantar! Toda la gente se puso a corearle y,
mientras duró el cántico, sus corazones se hicieron tan puros como el suyo, y
sus espíritus igualmente invencibles.
Los
guardianes estaban tan enojados que le arrancaron la lengua. Sobre el campo de
concentración cayó un espeso silencio, algo indefinible; por fin, para asombro de
todos, al día siguiente estaba allí de nuevo el cantor, lleno de alegría,
balanceándose y danzando a los sones de una silenciosa música que sólo él podía
oir. Y al poco tiempo todo el mundo estaba alzando sus manos y danzando en
torno a su sangrante y destrozada figura, mientras los guardianes se habían
quedado inmovilizados y no salían de su estupor.
Libro.-
“Diez Virtudes para vivir con Humanidad”
Autor.-
Carlos Diez.
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